Nos levantamos pronto. En el hall siempre hay una perra salchicha que nos recibe con extremo cariño, a las dos caricias te ofrece su barriguilla alargada para seguir con el masajeo.
Desayuno a las 8h y a las 9h marchamos a montar a caballo para recorrer. Un paseo muy agradable por el Valle de los Ingenios entre plantaciones de caña de azúcar, cocoteros, plataneros y otras especies tropicales con la sierra a un lado, el mar al otro y el hilo musical de nuestro guía cantando éxitos isleños y alguno internacional.
Vemos pasar lentamente el tren antiguo que surca (en horarios imprevisibles) el Valle.
El recorrido lo compartimos con Nicolás, un granadino que dejó su trabajo (poco edificante pero bien pagado) de ejecutivo en una empresa de telecomunicaciones en Alemania para recorrer durante un par de años diferentes países, sobretodo de América.
Nuestro destino, como el de otros turistas, es la cascada Jabira con una poza-cueva de agua fresquita y reconfortante. Como ahora no es época de lluvias el caudal no es tan abundante como en verano.
Durante la vuelta en la zona más abierta, predomina un tipo de Acacia (aquí llamada Aroma), esa planta de hoja muy pequeña y ramificada que posee unos pinchos duros y largos. Como llevo (indebida e inconscientemente) pantalones cortos, quedo un poco magullado y estriado.
Comemos en La Redacción, restaurante con constantes referencias periodísticas. Por salvamantel una hoja de un diario, en lugar de entrantes, platos principales o postres ofrecen titulares, editoriales o chismes. Nos atiende una camarera muy profesional, se llama Llami (de Llamada). Frecuentan los nombres muy curiosos. La anfitriona del hostal se llama Deisi aunque en este pueblo también abundan los Carlos y los José. Antes de marchar te pasan un papel para que dejes constancia de tu valoración culinaria, ambiental y servicial. No bajamos del notable en todos los aspectos. Muy recomendable.
Visitamos la playa de la península de Ancón una de las playas más bonitas del sur de la isla, según Deisi. Las algas (sargazos) hacen que el agua sea un poco turbia. El taxi, un Ssangyong con aire acondicionado (!) que nos trajo, nos devuelve a Trinidad por 16 CUC.
Duchita, pequeño descanso y volvemos a transitar por la calles empedradas.
Una cosa que nos resulta curiosa es que la mayoría de motos que circulan por la ciudad són de motor eléctrico. Silenciosas y no contaminantes. Una muy buena noticia.
Muchas puertas y portones están abiertas bien para enseñar algunas mercancías suceptibles de intercanviar por moneda o bien para mejorar las condiciones de confort térmico. Esto junto con la ausencia reiterada de cortinas o persianas hace que las estancias (sala de estar, hall, comedor...) que dan a la calle estén muy cuidadas y las aprovechen para comunicarnos algunos deseos religiosos o inquietudes vitales de sus ocupantes.
Además en Cuba la calle es la extensión de las viviendas. Por lo que pasear por las calles es transitar por sus vidas.
Unos enseres muy comunes en las viviendas cubanas son las mecedoras. De agradable vaivén pero casi olvidadas en nuestra tierra.
Tomamos algún café, unos bocatas, algún cruasán en el Dulcinea y a descansar...
Mañana se acaba el año!