gener 5, 2019

Cayo Santa María

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Gran parte del hotel y de sus huéspedes están bajo los efectos resacosos de fin de año, lo cual influirá en algún servicio, como por ejemplo en la menor disponibilidad de toallas secas.

Desayunamos y nos vamos a recepción ya que a las 9:30 nos recogen en un bus para hacer una actividad acuática.

Mientras esperamos, coincidimos con un pequeño reptil verde y de cola larga.

El bus va parando en otros hoteles para recoger a más tripulantes.

Llegamos a la Marina.

Nos dividen en hablantes hispanos y anglosajones. Nuestro guía se llama Ioneski. Nos explica que primero iremos en lanchas de dos personas (conducimos nosotros!) durante 45 minutos y después vamos en un barco hasta el arrecife para hacer esnórkel.

Es fácil conducirlas pero la alta velocidad que en seguida alcanzamos (25 nudos), el régimen eólico agitado propio del invierno y el pronunciado oleaje convierten a esta navegación en una experiencia adrenalítica. Varias veces vuelan las barcas, algunos tripulantes descargan la tensión con agudos gritos y a otros les recuerda a narcos en plena persecución. Sencillamente brutal!

Navegamos entre manglares y alrededor de un barco hecho de vigas y cemento que se quedó varado hace algunas décadas. El barco llevaba melaza que todavía se puede oler. Allí está desde su segundo viaje. Evidentemente su compañía quebró.

En la zona más tranquila dejamos conducir a las niñas.

Subimos al barco que nos lleva al arrecife.

Espectacular! Peces y corales de todos los colores. Lástima que el mar está un poco movido.

Nos han cedido el material para hacer esnorquel pero los tubos de respiración son, lamentablemente, desechables.

Regresamos observando de nuevo la gran variedad de verdes y azules.

Extasiados llegamos al hotel, duchita y a comer. No es tan concurrido como ayer pero la calidad de la comida es un poco menor, tanto, que decidimos no disfrutar del buffet para el 2 de enero. Además parece que tener una mesa para 6 sea casi una misión imposible.

Como el sol se pone y la piscina se cierra a las 18h decidimos no dar descanso a nuestros esbeltos cuerpos y sumergirnos en aguas saladas y dulces.

Damos una vuelta por el "pueblo", un complejo con tiendas, restaurantes y algún entretenimiento. Jugamos una partida a la bolera. ¿Sabéis cuando un futbolero marca un gol y se tira en plancha en un campo rezumado de agua deslizándose unos cuantos metros? Pues, de haber estado la pista más escurridiza hubiese acabado derribando yo los bolos después de un desequilibrio en mi estabilidad que me provocó un planchazo, pero eso sí, sin lamentar daños corporales.

Cenamos en el italiano. El amable camarero se llama Daiker, seguimos con los nombres poco ortodoxos.

Un café con una cucharilla bien curiosa y ambientalmente respectuosa: un trozo de caña de azúcar.

Pues hasta aquí otro día memorable.

Boa noite!

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